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domingo, 9 de octubre de 2011

rayuela en la mesita de noche

Se parecía mucho a (ella),era evidente,pero lo más del parecido lo había puesto (yo),de modo que una vez que el corazón dejo de latirle como un perro rabioso encendió otro cigarrillo.
Haber creido verla era menos amargo que la certidumbre de que un deseo incontrolable la había arrancado del fondo de eso que definían como subconsciencia y proyectado contra la silueta de cualquiera de las mujeres de a bordo. Hasta ese momento había creido que podía permitirme el lujo de recordar melaconlicamente ciertas cosas,evocar a su hora y en la atmósfera adecuada determinadas historias, poniéndoles fin con la misma tranquilidad con que aplastaba el puro en el cenicero.
Volvio a sentir que ciertas remotas semejanzas condensaban bruscamente un falso parecido total,como si de su memoria aparentemente tan bien compartimentada se arrancara de golpe un ectoplasma capaz de habitar y completar otro cuerpo y otra cara,de mirarlo desde fuera con una mirada que ella había creido reservada para siempre a los recuerdos.

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